martes, 20 de marzo de 2012

Algodón de Azúcar

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Estoy esperando a mi chica en la puerta de la feria del libro. La he obligado a escaparse un rato del trabajo con una excusa falsa. Le dije que así podría relajarse. La verdad es que la extraño. Tengo ganas de verla, de tocarla. Ayer sábado, había tratado en vano de recordar cómo sabe su boca. No se lo he dicho, pero me gusta como me besa. Tampoco le dicho que hay segundos en el día en los me torturo al pensar con quien o quienes habrá aprendido hacerlo. Una vendedora me saca de ese irracional flashback de celos. Me ofrece manzanas cubiertas de caramelo rojo y algodones de azúcar. Niego con la cabeza.

- Hey- escuchó la voz de Sofía que me saluda con un beso en la mejilla.
- Hola –le digo y me siento un poco tonto. Esperaba que me besara en la boca. Ahora ya ni sé si en realidad somos novios.
- ¿Qué pasa? –me pregunta mientras se acomoda la bufanda, siempre apurada.
- No, nada. Vamos –le enseño los tickets que tengo en la mano.

Entramos al lugar en silencio. La miro de reojo. Parece mirar todo y al mismo tiempo, pasar de largo. Al final un título la detiene. Mientras examina la contratapa de un grueso libro, la abrazo por detrás.

- Me encanta Cheever. Mira, son sus diarios –me dice emocionada.

Voltea hacia mí. Nos besamos. Me arrepiento de haberle propuesto ir a esa feria en lugar de haberla llevado a mi casa. Sofía ahora me enseña otro libro. Leo el título. Se llama “Intimidad”. La ironía puede ser perversa. Ella y yo no hemos hecho el amor.

Estoy a punto de proponerle irnos para mi casa, cuando la saludan un par de chicos que no conozco. Sofía me los presenta. Ellos están más entusiasmados que yo en los libros que ella ha recolectado en ese stand. Yo bajo la miraba hasta donde termina en abrigo de Sofía. Parece que no llevara nada debajo. Yo sé que tiene uno de esos vestidos cortos que usa también en invierno. La primera vez que nos besamos le acaricié las piernas. Su voz me pregunta si quiero ir a la firma del libro de una de sus amigas escritoras. Mi cara le responde que no.

- Ya. Voy a pagar, entonces.

Con la bolsa en la mano, Sofía me sigue hasta la puerta.

- Oye – le digo arrepentido. Si quieres vamos a lo de tu amiga.

Sofía me coge de la mano como si fuera un boy scout perdido.

- Claro que no. Vamos. Tengo todo lo que quiero.

Me aprieta los dedos con suavidad. Yo le sonrío. De pronto, me para de golpe.

- ¡Algodones de azúcar!
- ¿Te gustan?
- Sí, no como uno desde que era niña.
- Eres una niña.

La miro en el taxi jalar esos retazos pintados de un rosado artificial. Ella me muestra uno.

- Parece una nube, ¿o un conejo? –dice.



La beso en el cuello. Deslizo mi mano dentro de su abrigo. Ella se mete pedazo de nube rosa en la boca.

Más tarde, en la noche, me levanto de la cama para volver a la computadora a trabajar. Sofía duerme desnuda en mi cama. Le doy un beso en los labios. Relamo las partículas de dulce que han quedado pegadas en los míos. Ahora sé dos cosas; el sabor de sus besos, y que empiezo a quererla.

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